Al finalizar la enseñanza, realizan la llamada, (soy muy femenina, no me gusta la expresión “el llamado”) y cuando el personal se acerca, empieza la función. Conjuntamente aparece un grupo de almas serviciales. Son los que no dejan que el/la que va a caer, cumpla su objetivo. Se colocan detrás del que el Espíritu tambalea para evitar que se desnuque. O sea, para evitar dos cosas: Que el Espíritu fluya (están convencidos de que es así) y que la sangre llegue al río.
Vamos a analizar esta incongruencia: Si el Espíritu Santo fluye queriendo que la persona caiga y se desnuque ¿quién es quién para impedirlo? Y si no es el Espíritu quien obra, ¿por qué se tiran?, ¿o por qué los empujan? En este caso “Tanto monta, monta tanto”.
Y si el que quiere empujar ve que el empujado no se cae, ¿por qué insiste hasta que lo ve tirado en el suelo? Siguen y siguen y siguen, como si tuvieran pilas Duracell. A veces he deseado, con el corazón en la mano se lo digo, que el indeciso termine cayéndose lo antes posible: “¡Ay, Señor! si se tiene que tirar, que lo haga pronto, porque si no, aquí nos van a dar las uvas, mis niños tienen que comer y hoy no me he dejado nada preparado”.
¿Es esta una manera de completar la obra del Espíritu? Y si es el Espíritu quien actúa, y es bueno caerse, ¿por qué hay predilección por empujar a los latinoanoamericanos?, ¿qué pasa con los de aquí?, ¿no hay nada para nosotros? Y cuando ha terminado la ronda, ¿por qué la persona que ha liado todo esto se va y deja desmayadas a las criaturas hasta que ellas solas se levantan?, ¿no se les remueve las entrañas? ¡Un poquito de caridad, por Dios bendito, y levanten esos cuerpos antes de regresar a la tarima!
Suponiendo que el Espíritu Santo, haciendo uso de su graciosa voluntad, le da por tirar contra natura, para atrás, a sus siervos (digo contra natura porque salvo que demos un resbalón, siempre intentamos caer para adelante y sujetarnos con las manos a quien sea. Son momentos en los que las uñas se convierten en garras, sin que una siquiera se lo proponga, sino por puro instinto) ¿por qué son siempre los mismos predicadores los que animan a caerse? ¿les ha concedido Dios el “Monopolio del Porrazo”? (Entiéndase “porrazo” por “caída”, no por “porro”, aunque algunos terminen flipando y viendo las estrellas con todo esto).
Pues ahí lo tiene. Esos son los caprichos que se atribuyen al Espíritu. La respuesta que dan si se pregunta es: “Dios sabrá”, y ante esto, nos damos cuenta de que, ni usted ni yo, tenemos que saberlo todo. Para sabio Salomón.
¿Recuerda el chiste aquél que terminaba diciendo: “Para que no te fíes ni de tu padre”? Pues eso, y añado un refrán improvisado: “Solo uno empujaba y todos solitos se cayeron”. Que no es el mismo que dice: “Entre todos le mataron, y el solito se murió”, no, pero el efecto es el mismo, ya
que la gente que asiste por primera vez a un acto así, se va muerto de risa, o sea, muerto espiritualmente. Y no vuelve. Y el que cae, corre triple riesgo: Coger una pulmonía por la frialdad del suelo, desnucarse vivo, y morir espiritualmente cuando baja de la nube y ve que sigue entre mortales.
¡Ojo con los que tienen el don de “echarpatrás”!
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